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Los 102 minutos del título refieren al tiempo transcurrido entre el primer impacto y el desplome final de la segunda torre. La película recurre, con perfecto criterio, pura y exclusivamente al registro real, realizado en ese momento con cámaras y celulares por la gente común que estaba por la zona. No aparecen a lo largo de esa hora y cuarenta y dos minutos ni música agregada para reforzar el dramatismo, ni voz en off explicando lo que no necesita ser explicado. La abrumadora potencia de lo real se impone sin requerir ningún recurso extra.

Entre las muchas cosas que el documental muestra y que resultan novedosas figura en un lugar muy alto la terrible experiencia de ver la nube de polvo resultante de la caída de las Torres avanzando y devorándose el paisaje como en las películas de ciencia ficción. Ese polvo está hecho del cemento, el acero y el vidrio con que estaban construidos esos abrumadores edificios pero también –no puede uno dejar de pensarlo– con la carne y la sangre de aquellos quienes estaban ahí adentro cuando sucedieron los hechos.